Con la espléndida exposición de la obra de Maruja Mallo todavía reciente no es nada conveniente cometer el desafortunado error de meterse en un cine y ver, no sé cómo llamarlo, así como también ignorar los motivos o la pertinencia del invento, la película Los domingos. Casi como un salto al vacío, pasar de una mujer y una obra exuberante, libre y moderna a caer en una especie de panfleto doctrinario sobre una adolescente bien del que pueden extraerse tantas conjeturas como dislates. Y a la evidente incomodidad ante aquello que quizás se escapa, se añaden las inevitables preguntas ¿en qué piensan las mujeres? ¿cómo hemos llegado a esto?
Ni siquiera Nick Cave y la sorprendente interpretación de un tema suyo arregla aquello, más incertidumbre, si cabe. Mostrar otro ejemplo de requisa y manipulación torticera adecuada a los intereses doctrinarios de la iglesia católica, capaz de hacer suyo el fruto artístico de un determinado y dramático proceso creativo y convertirlo en propaganda con la que aleccionar a chicos bien. Otra prueba más del versátil y sumamente hábil gen adaptativo del poder religioso a la hora de arrimar a sus intereses cualquier producto que venga bien para alentar y motivar al rebaño.
Qué decir de la película, sobre todo si no estás iluminado por ese regalo divino que, dicen, es la fe, incluida la mirada por encima del hombro e insolente desautorización de todos aquellos que no piensan como ellos o, todo lo contrario, recelas e incluso desprecias ese ambiente dogmático y reaccionario que dejan ver los tan resplandecientes como tenebrosos rincones del poder religioso. Se me escapa la importancia, o trascendencia, de las serviles alucinaciones de una menor de edad. Da igual si la pretensión de la película es ensalzar o denunciar, ¿con qué objeto? Si al final resulta que, independientemente de edades y condicionamientos sociales, cada cual puede hacer lo que le venga en gana, ¿dónde está el interés?
Como es llamativo, o un exceso de manipulación, enfrentar “la juvenil pureza” del personaje principal y su jubiloso descubrimiento, en la casta y cristiana flor de la vida, a unos adultos tan rudimentarios como inútiles, fracasados ridículos en sus excesos, en resumen, un higiénico muestrario de los peores tópicos humanos con el único motivo de resaltar la gozosa verdad de la protagonista que, por supuesto, se encarga de mostrar mucha más cordura y sensatez en su comportamiento que los disparatados mayores que la rodean.
Con jóvenes tan inanes como anodinos, los destellos del impagable cura guay, el hombre, de aspecto juvenil y maneras enrolladas que, sin embargo, atesora sabiduría, comprensión y una experiencia única de la vida (¿?); y la inestimable aparición de una superiora de sonrisa y ademanes beatíficos -¡qué magnífica interpretación!- fácil de reconocer para aquellos espectadores que hayan pasado durante su etapa educativa por un colegio religioso, espléndido ejemplo vivo de esa viscosa y inflexible atención -dedicación, dicen- hacia los infelices descreídos que todavía dudan o son incapaces de sentir y ser iluminados con la luz que a ella le llena por completo.
Probablemente este tipo de artificios sean reivindicados como cine muy personal, sin otra pretensión, algo que creo es falso por innecesario. Y no puede dejarse a un lado el doctrinario que subyace, ordena y en cierto modo justifica el invento, una muestra cinematográfica del poder de una burguesía foral, nacionalista y católica ostentando y reivindicando sus valores y tradiciones -dios, patria y familia-, pura propaganda. incluido el ineludible derecho a un idioma internacionalmente asumido por un desenfocado argentino, creo, de quien uno no acaba de saber qué pinta allí.
Volviendo a Maruja Mallo y su mera existencia como referente de futuro, es histórica y socialmente decepcionante que una sociedad del siglo XXI haya de detenerse, o arrodillarse, ante las alucinaciones y el rancio narcisismo de una adolescente exhibida como símbolo de ¿los tiempos que corren? Pues que dios nos coja confesados.